jueves, 8 de enero de 2009

Para probar un poco los encantos de Belle

Dejo una cita del libro. Es un poco larga pero vale la pena. Pasen y vean

Mardi, le 13 avril.

Es ampliamente sabido y comentado que nadie te da nada gratis. No estoy de acuerdo. Algunas cosas son gratis, y otras tiene un precio, pero eso no significa que unas sean mejores que otras.
El sexo casual y gratuito tiene sus inconvenientes, desde luego. ¿Acaso hay algo que no los tenga? Cuando estas con alguien por una noche, eligiéndolo al azar, te arriesgas a ser objeto de persecuciones, a iniciar una relación y a otros muchos males de transmisión sexual. Por alguna causa, nosotros, como nación hemos asumido que un manoseo entre dos personas borrachas en una discoteca abarrotada de gente es aceptable como inicio de un amor eterno. No lo es. Dejémoslo bien claro desde el principio.
Los hombres que he conocido en mi vida laboral se caracterizan por un solo y único rasgo: la timidez. Ya se trate de enemas y otros juegos acuáticos o de llamar a la puerta trasera, siempre parecen incómodos de pedir lo que tienen derecho a solicitar por el hecho de ser clientes. Si hay algo predecible es que cuanto más exótica sea la solicitud, más veces llamarán a la jefa antes de la cita para hablar del tema. En cambio los encuentros de una noche no tienen tantas vueltas.
No quiero que se me mal interprete. La ocasional incapacidad de un cliente para expresar sus deseos más íntimos me parece encantadora. Tierna, incluso. Pero resulta divertido que al preguntarle a un hombre lo que quiere hacer, te responda: “Lo que vos quieras”.
Ya vez, lo que a mi me gustaría es irme a casa, ponerme el pijama, y tirarme a ver la tele. Pero si lo hiciera, seguramente mis honorarios te parecerían poco justificados. Todavía mejor es la respuesta mascullada de: “Ya sabes, lo habitual”.
Pero no, no lo sé. Para vos lo habitual puede ser practicar ejercicios de doma al aire libre con chicas que actúen como ponys. Al menos, lo es para mí.
En cambio, el típico encuentro de boliche tiene una actitud de acá te agarro, acá te mato, que me resulta refrescante. El está ahí, vos estás ahí, el dj puso el Carmina Burana, que es la señal para que agarres tu abrigo y te vayas, y son las únicas dos personas que no se están buscando las amígdalas en la cola para el taxi. Lo que sucederá después es un desenlace inevitable: lo único seguro es que las partes íntimas de alguien quedarán expuestas ante los objetivos de las cámaras de seguridad en la media hora siguiente. Y para ser sincera, yo no voy y me cojo a cualquiera por que aspire a tener una relación sentimental. Lo que busco es un polvo salvaje, y rara vez salgo defraudada.
O como dice N, si nunca más nos vamos a volver a ver ¿Por qué no forzar un poco los límites?.
¿Quién, aparte de un extraño que no paga, insistiría en hacerlo con la condición de que previamente me rellena la parte femenina con cubitos de hielo? ¿Quién más intentaría (sin éxito) meterme el puño mientras conduce (nota: no aconsejable en condiciones de tráfico urbano)? Ningún cliente se atrevería, por temor a que yo sacara la calculadora y empezara a añadir cargos al precio del servicio.
En el ambiente de las chicas de compañía se habla mucho de la Sensación de Tener Novia (STN), porque es el servicio con mayor demanda de todos los que ofrecemos. He sido abrazada y mimada hasta el borde del sofoco por tipos bienintencionados que solo me conocían de haber visto mi foto en una página web. He pasado veladas bebiendo vino tinto y mirando la tele con señores solos, hasta que el taxista ha tenido que ponerse a tocar la bocina. Y ningún compañero ocasional, que yo recuerde, se acostó sobre el cubrecama para contarme historias sobre su infancia en África.
El último caballero que vino conmigo a casa, antes del último ligue en la discoteca (y acá realmente estoy forzando el uso de la palabra “caballero”), se quedo exactamente 90 minutos. Hicimos lo que teníamos que hacer, consideramos la posibilidad de repetir, después estuvo despotricando sobre su reciente ex, se vistió y se fue. En cierto sentido, me ofendió que no aceptara la taza de té que le ofrecí. Aun así, me fui a la cama habiendo conseguido lo que buscaba esa noche, que era un buen polvo a lo bestia.
Los clientes son otra historia. Me han invitado a pasar con ellos las vacaciones, me han preguntado si creo en la vida extraterrestre y me han limpiando los zapatos mientras glosaban poéticamente las proporciones de mi perfil. En cambio, el cumplido más inspirado que me ha hecho un tipo de una sola noche ha sido “¡Café! ¡Y una toalla limpia! Fantástico, venir a tu casa es como alojarse en un hotel”
No, señor. Yo he estado en infinidad de hoteles. Y allí los hombres no pagan por las toallas.

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